1- Los peligros de la empatía
Vaya por delante que a mí me gustan las personas empáticas, capaces de sentir ternura o compasión. Pero eso no quita que me dé cuenta de que la empatía tiene sus riesgos. Un ejemplo:
Ahora es mucho más raro ver a niños mendigando en España, pero para eso hubo que tomar medidas. Un niño pidiendo despierta con mucha más facilidad nuestra empatía que un adulto y, por eso, llevarse a los menores a pedir en vez de mandarlos a la escuela era rentable. Tanto es así que llegó a haber padres que alquilaban a sus hijos por horas. Un buen negocio para todos menos para los niños.
Luego, cuando se endurecieron las normas para evitarlo, hubo quienes descubrieron que también era rentable pedir acompañado de un cachorrito y, en consecuencia, hubo algún mendigo que cambiaba continuamente de perro, porque le importaba mucho más el dinero que el animal.
Ese es un aspecto peligroso de nuestra empatía. Si no la vigilamos, puede introducir incentivos perversos.
2 – El periodismo
No sé hasta qué punto el periodismo actual es mejor o peor que el de otras épocas, pero lo que sí sé es que buena parte de él es muy malo.
Hay varios motivos para ello. Y uno es que hay un buen número de periodistas que han decidido que la materia prima de su trabajo no es la información sino «el bien». En definitiva, parecen creer que a lo que tienen que dedicarse es, en primer lugar, a demostrar lo idealistas que son y lo indignados que viven, y, en segundo lugar, a conducirnos a los demás por el buen camino. En consecuencia, pasan más tiempo reeducando que informando.
Esa actitud de inflamación moral los convierte en correas de transmisión de la manipulación. Por un lado, ellos mismos se dedican a manipular, aunque sea bienintencionadamente. Y, por otra, sus sesgos los vuelven manipulables; mucho más que aquellos profesionales que se aferran al rigor.
3 – La guerra
La guerra es despiadada. Baste con recordar que es una situación en la que se considera que un lanzallamas es una herramienta aceptable. Y es despiadada a todos los niveles, incluyendo el de la propaganda. Por eso, es tanto más exigible que los periodistas que informan sobre ella se esfuercen en ser rigurosos.
Hay dos motivos principales para ello:
El primero es que, si no son especialmente cuidadosos en un ambiente en el que hay tanto interés en manipular, es fácil que se conviertan en canales de desinformación y no de información.
Pero el segundo es que, al igual que pasaba con los niños y la mendicidad, los sesgos y buenas intenciones pueden acabar introduciendo incentivos muy perversos.
Lo voy a ilustrar refiriéndome al caso de algunos periodistas de tendencia pro palestina que informan sobre los bombardeos. Y no porque pretenda que no hay otros ejemplos igual de peligrosos en sentido contrario, sino simplemente porque este me parece un caso particularmente fácil de explicar.
Ahora mismo, en Oriente Próximo están volando bombas en varias direcciones. Sin embargo, hay periodistas que, movidos por sus simpatías por el pueblo palestino, solo hablan de los «bombardeos indiscriminados» sobre Gaza, como si desde allí y otros puntos no saliesen cohetes y misiles en dirección a Israel. Eso convierte los bombardeos en una victoria propagandística para Hamás y, en consecuencia, introduce un incentivo para que a esa organización le interese que el intercambio de bombas continúe.
Obviamente, sería absurdo atribuirle automáticamente a ese incentivo toda la responsabilidad de que no cesen los bombardeos. Habrá otros incentivos que actúen en el mismo sentido o el contrario y que puedan pesar mucho más. Pero sería igual de absurdo negar que introducir ese tipo de incentivos no es buena idea. Si hay bombardeos en distintas direcciones, hay que informar de todos y hacer que todos tengan un coste reputacional; no seleccionar en base a afinidades.
Y luego está la cuestión de los escudos humanos. De nuevo, creo que la actitud responsable es contarlo todo. Por supuesto que hay que informar de que las bombas israelíes están causando numerosas víctimas inocentes, pero también hay que informar del hecho de que Hamás parece considerar a los civiles una capa legítima de protección. Y mientras hay periodistas que sí abordan el tema, para otros es una cuestión que parece no existir en absoluto.
Es otro silencio peligroso. Si rehúsas mencionar siquiera la posibilidad de que Hamás esté utilizado a los civiles como escudos, estás incentivando que lo hagan. La ecuación vuelve a ser la misma: al descargar toda la responsabilidad sobre un único lado, aumentas el valor propagandístico de las posibles víctimas y disminuyes el valor de sus vidas.
Habrá quienes piensen que esa es una visión muy cínica y que los dirigentes de Hamás no iban a causar deliberadamente la muerte de civiles palestinos. Pero a los que crean eso les responderé que poco han leído sobre guerras y sobre los extremos a los que pueden llegar quienes están al mando. Abundan los ejemplos, pero bastará aquí con recordar uno: el uso que se ha hecho de niños en atentados suicidas.
Por eso, dejadme aquí que insista en lo que ya he dicho otras veces: el mejor activismo que puede practicar un periodista es el rigor profesional. En cuanto se desliza fuera de él, aunque sea movido por consideraciones morales, es muy posible que acabe haciendo más mal que bien.
Y si realmente queremos proteger a los niños, a todos los niños, sean del lado que sean, una de las primeras barreras defensivas que hay que mantener siempre en pie es la verdad.
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