
Cada uno tiene el lote de suerte que le toca. Y yo en general he tenido mucha, con la excepción de la salud: soy un enfermo crónico desde niño.
Lidiar con las enfermedades cansa, pero, si estas se mantienen dentro de unos límites, es algo que aprendes a hacer. Ahora bien, lo que realmente quema es cuando tienes la sensación de que hay fallos absurdos que empeoran las cosas sin necesidad. Y es de algunos de esos fallos de los que quiero hablar en este artículo, tres de los cuales tienen que ver con la deficiente manera en que nuestros sistemas manejan la información.
La información 1: el feedback
Lo he vivido y lo he visto: un médico te hace un diagnóstico o te da un tratamiento equivocado. Por el motivo que sea, acabas en manos de otro médico más especializado o actualizado, que incluso puede llegar a señalar que el tratamiento que te habían dado era contraproducente.
Bien, pues parece que lo lógico sería que esa información viajase hacia atrás hasta su compañero para que la tenga en cuenta en ocasiones futuras. Pero la sensación es que muchas veces la información solo viaja con el paciente y, si este no regresa al primer médico, ese proceso de feedback no se da. Por consiguiente, el que venga detrás de ti tiene bastantes posibilidades de volver a sufrir los mismos errores.
La información 2: la falta de sistematicidad
Cuando me compré él último microondas, recibí un manual en varios idiomas. La sección en español era de veinticinco páginas, que me explicaban desde el funcionamiento hasta las características técnicas.
Cuando hace unos años me pusieron una prótesis de cadera, recibí unas cuantas instrucciones orales muy básicas y una hoja en la que constaba simplemente el nombre del modelo.
Habrá quien piense que, realmente, no necesitas mucho más porque la cadera no tiene botones que tengas que manipular y es a los profesionales sanitarios a quienes les corresponde hacer el seguimiento. Pero esto no es exactamente así. No es lo mismo una buena recuperación después de operarte que una mala. Y la duración a largo plazo de la prótesis va a depender mucho del estilo de vida del paciente y de las precauciones que tome frente a las infecciones.
Si un microondas se estropea por mal uso, sustituirlo es barato. Una operación de reemplazo de prótesis de cadera tiene un coste muchísimo mayor, tanto a nivel personal como económico, y tanto para la persona afectada como para el sistema sanitario. De entregarme un manual detallado, yo hubiera preferido antes uno que me enseñase a cuidar la prótesis y los tejidos circundantes que uno que me enseñase a cuidar un microondas de 150 euros.
Y no es solo el caso de la cadera. En general, me ha pasado lo mismo con todas las enfermedades que tengo: informarte es algo que vas haciendo a retazos, a lo largo de los años y bebiendo de distintas fuentes, desde los médicos hasta conocidos que han pasado por lo mismo. Juntando todas esas piezas, a veces contradictorias, vas intentando completar el puzle, pero es muy difícil obtener de buenas a primeras una información sistemática, fiable y bien organizada, en parte porque las mejor presentadas suelen estar al servicio de intereses comerciales. Solo recuerdo una vez en que, junto al diagnóstico, me dieron una guía impresa que trataba los aspectos básicos de mi enfermedad. La agradecí muchísimo, incluso aunque estaba mucho peor editada que los folletos gratuitos que te dan en cualquier oficina turística.
La información 3: el limbo
—Entrega esto abajo y diles que te den cita para dentro de unas tres semanas —dijo el médico.
Y, efectivamente, cuando llegué a la ventanilla, tuve buen cuidado de enfatizar lo de las tres semanas. Ahora bien, el doctor también me había dado un volante para una prueba diagnóstica que tenía que hacerme antes de volver a consulta. Han pasado casi dos meses desde entonces y todavía no me han avisado para dicha prueba. Hace un par de semanas presenté una queja, a ver si había suerte, pero la única respuesta que he recibido hasta el momento es que mi queja ha quedado registrada.
No puedo moverme sin muletas, no puedo conducir, tengo a mi mujer esclavizada y cada vez más dolor. Por eso he decidido hacerme la prueba por mi cuenta, con la esperanza de que eso sirva para acelerarlo todo. Incluso estoy considerando la posibilidad de operarme en una clínica privada. Porque, frente al coste económico y el de renunciar a unos cirujanos en los que confío, está el coste de continuar dolorido e incapacitado.
Sin embargo, para poder decidirme me falta un dato fundamental: necesitaría tener alguna referencia de cuánto más puede demorarse esto. Pero no la tengo; ni siquiera sé cuál es exactamente el cuello de botella que me mantiene en espera. Puede que sea la prueba, puede que sea el médico que tenía que verme en tres semanas, puede que sea otro especialista cuya cita me han cancelado, puede que sea la disponibilidad de camas en el hospital.
El problema no es que el calendario ahora mismo sea flexible, lo que me parecería lógico. El problema es que no tengo nada mínimamente parecido a un calendario. De nuevo la información que he recibido es fragmentaria, inconsistente e incluso contradictoria. Y la sensación es que tendré que buscarme la vida y empezar a llamar de puerta en puerta para intentar conseguir algo que el sistema no me da de forma espontánea.
Los impuestos
Soy un defensor de la sanidad pública y, con ella, de los impuestos que la financian.
Ahora bien, hace poco di un paseo con un amigo y, puesto que él trabaja en la autonomía y tiene por consiguiente un asiento en primera fila, aproveché para preguntarle su opinión sobre cómo se gastaban los fondos.
Se puso rabioso. Me habló del uso de los contratos de menor cuantía para beneficiar a amigos; de políticas erráticas, improvisadas y caprichosas en las que se tiraba el dinero de mala manera; del uso de la publicidad institucional para comprar a la prensa… Y a mí, que me iba balanceando con mis muletas, la cosa no me hacía ninguna gracia.
Una última queja mezclada con un agradecimiento: el personal y el sistema
En todo conjunto de personas hay excepciones, pero, tras pasar varias semanas ingresado en un hospital público, he quedado muy agradecido al personal de todas las categorías, un agradecimiento que está mezclado con una buena dosis de admiración. Creo que la mayoría de los que cuidaron de mí eran buenos profesionales y muy amables. Y me parece que eso hace todavía más absurdos los fallos del sistema.
Los automóviles que tenemos hoy en día no son máquinas magníficas tan solo porque tengan buenas piezas, sino también porque estas están integradas formando sistemas bien organizados. Sin embargo, creo que algunos de nuestros sistemas públicos —la sanidad, la educación, la justicia, etc.—, tienen buenas piezas engarzadas de forma deficiente. Y creo que eso es, en primer lugar, una forma de maltratar a las piezas más importantes, los trabajadores, y, en segundo lugar, un enorme desperdicio.
No puedo sino recordar a mi cirujano, un muy buen profesional, que se me quejaba de que los recortes de personal lo obligaban a dedicar cada vez más tiempo a labores administrativas. Es decir, formamos a un cirujano para que se frustre peleando con un programa de ordenador que ni siquiera va bien.
Y yo, mientras tanto, de baja laboral.
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