Cuando el dato no mata el relato

Periodismo y falsabilidad

Imagen generada con IA

Karl Popper fue un gran admirador de Einstein; no solo por lo imaginativo y revolucionario de sus teorías, sino también por la naturalidad con la que el físico alemán aceptaba que estas podían ser desmentidas por la realidad. Si su teoría predecía A y ocurría B, entonces su teoría se demostraría equivocada.

Para Popper eso contrastaba vivamente con lo que hacían, por ejemplo, buena parte de los seguidores de Marx o de Freud. Estos eran capaces de hacer encajar cualquier hecho con sus ideas. Así, si ocurría A, la teoría era cierta; pero lo mismo pasaba con B, J, Q, S o incluso Z.

A partir de ese contraste, Popper desarrolló su idea de la falsabilidad. Una teoría, para ser verdaderamente científica, tenía que ser falsable; es decir, tenía que poder ser desmentida por los hechos.

Como suele ocurrir en filosofía, la idea de la falsabilidad no resultó ser la solución definitiva que su autor esperaba, pero fue una aportación muy interesante y es una idea que, en mi opinión, resulta también muy iluminadora si la sacamos del campo de la ciencia para proyectarla sobre otro muy diferente: el del periodismo.

¿Qué le pedimos al periodismo?

Yo le pido, ante todo, que me informe de la forma más objetiva posible sobre los hechos y que, cuando me dé interpretaciones u opiniones sobre los mismos, lo haga de una forma abierta a la pluralidad y la contradicción, y no de una forma dogmática.

Sin embargo, basta con darse un pequeño paseo por la prensa para darse cuenta de que lo que nos ofrecen muchos medios y periodistas es otra cosa:  lo que nos venden es una selección de hechos ya empaquetados con una interpretación concreta. Llamar teorías a esas interpretaciones periodísticas suena un poco rimbombante de más, pero, afortunadamente, tenemos un término más adecuado para este campo: lo que nos ofrecen muchos periodistas son relatos. Relatos que son tan infalsables como cualquier teoría pseudocientífica.

Un campo donde lo vemos con frecuencia es en el de los procesos penales. Ya no es que se hagan juicios paralelos en la prensa. Es que muchos periodistas parten con su propia sentencia ya puesta y, a partir de ahí, lo que juzgan es el proceso judicial. ¿Que este se encamina a dictaminar lo mismo que el periodista? Bien, entonces es que la justicia está triunfando a pesar de todo. ¿Que el proceso va en dirección contraria? Entonces es evidente que estamos ante un fracaso de la justicia; bien porque a veces no se puede demostrar la verdad, bien porque el sistema está corrompido hasta la médula. Lo que es prácticamente imposible es que el periodista revoque su propia sentencia. Esa suele estar escrita con la tinta indeleble de los dogmas.

Ojo, que un medio o un periodista difunda un relato no significa que lo que diga sea necesariamente falso. Puede que haya apostado por la inocencia de alguien que, efectivamente, resulte ser inocente o puede que su interpretación de un hecho concreto sea, después de todo, la más acertada. El problema no es ese. El problema es que se han invertido las prioridades y, en caso de conflicto, en vez de modificar el relato para preservar la verdad, se va a sacrificar la verdad para preservar el relato. La conclusión no es algo a lo que se llega; es algo de lo que se parte.

Sin embargo, sería una injusticia no reconocer que también hay periodistas que permanecen fieles a la verdad. Y tendríamos que valorarlos doblemente, porque trabajan en un entorno que no suele premiar el rigor.

En primer lugar, porque los partidos políticos, que tienen una enorme capacidad para distribuir fondos y crear públicos, están muy interesados en premiar la difusión de sus propios relatos.

Y, en segundo lugar, porque nuestra naturaleza es la que es. Desde hace mucho tiempo, desde que nos sentábamos por la noche alrededor de las hogueras, a los seres humanos nos han gustado los relatos de buenos y malos. A bote pronto, nos atraen mucho más que los análisis rigurosos y matizados.

Y eso es algo que saben explotar los escritores de folletines, los guionistas de Hollywood y los periodistas poco escrupulosos.

Deja un comentario